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Hermostra Malena Pichot, Charo Lopez |

La vida de Lucas, cercado por su tendencia a la introversión y hundido en la pasividad, cambia abruptamente cuando llama a su puerta Sofía, una chica de catorce años que acaba de perder a su madre y que es la hija que, sin saberlo, ha engendrado con una mujer de la que se enamoró en su juventud y nunca volvió a ver.

Lorrie Moore
El eje de ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, novela breve de Lorrie Moore, es la historia de la amistad entre dos chicas adolescentes de un pueblo del noreste de Estados Unidos. Una de ellas, Berie Carr, curadora de historia, evoca aquel tiempo —en el que definió su identidad— veinte años después, con la nostalgia y el desencanto que provoca la cercanía de los cuarenta.
Durante un viaje a París, en el que acompaña a su marido a un congreso, pide reiteradamente, en el restorán, un plato con sesos, para conducir su memoria hacia aquella amistad de infancia y adolescencia de una manera proustiana, y mientras recuerda, comienza a admitir que a su matrimonio sólo lo sostiene la simulación, quizá como espejo de Storyland, el parque temático que recrea libros de cuentos infantiles en el que ella y su amiga trabajaban; una fantasía idílica y tan mentirosa como casarse, comer perdices y ser felices, a su vez reflejo de los Estados Unidos de América, cuyos sueños de gloria se realizan en el camino de una historia y una tradición de las que no conviene apartarse. A la salida del parque hay una tienda de souvenirs, el último eslabón mercantil de la cadena de apariencias, metáfora de un país fundado en la grandeza de lo artificial.
Publicada en 1994, durante la época del capitalismo exacerbado, el tono de esta nouvelle –impregnado del humor mordaz que es marca registrada de Moore, con sus expresiones irónicas y comentarios afilados– es melancólico, y se hace eco del estado de ánimo pesimista de quien redescubre o reinventa el pasado cuando ya ha vivido en carne propia que los sapos no se transforman en príncipes. Todo lo contrario: lucen tan magullados por los besos recibidos que no podrían salvarlos princesas, ni santas, ni enfermeras. A la vez, alude metaficcionalmente a la manera en que está construida la novela: el “sendero de los recuerdos” era el lugar del parque temático donde las amigas hacían su descanso durante el almuerzo. Y, por otro lado, si acaso hubiera un exceso de referencias a las ranas del título, Moore (quien participará del Filba en septiembre) le da a la cuestión también un giro feminista: a cierta edad, una mujer no besaría a un sapo para que se convierta en príncipe, lo haría porque le resulta más interesante un sapo que habla que un príncipe.
El gran placer de este libro reside en la voz narradora de Berie, ágil e inteligente, una especie de naturaleza anfibia, que se siente exiliada tanto de su hogar cristiano como del parque temático. Ambos prometen finales felices pero falsos: el parque tapa velozmente con una suculenta indemnización el accidente que le cuesta las piernas a un niño, y el matrimonio vacío de Berie —en el que rige la decisión de no tener hijos propios porque ambos portan un gen defectuoso— sólo se colma con las infidelidades de su marido.


La doctrina del shock es la historia no oficial del libre mercado. Desde Chile hasta Rusia, desde Sudáfrica hasta Canadá la implantación del libre mercado responde a un programa de ingeniería social y económica que Naomi Klein identifica como «capitalismo del desastre».Tras una investigación de cuatro años, Klein explora el mito según el cual el mercado libre y global triunfó democráticamente, y que el capitalismo sin restricciones va de la mano de la democracia. Por el contrario, Klein sostiene que ese capitalismo utiliza constantemente la violencia, el choque, y pone al descubierto los hilos que mueven las marionetas tras los acontecimientos más críticos de las últimas cuatro décadas.Klein demuestra que el capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo y la sociedad. Lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha de las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo acompañadas de otras formas de shock no tan metafóricas: el golpe de la porra de los policías, las torturas con electroshocks o la picana en las celdas de las cárceles.En este relato apasionante, narrado con pulso firme, Klein repasa la historia mundial reciente (de la dictadura de Pinochet a la reconstrucción de Beirut; del Katrina al tsunami; del 11-S al 11-M, para dar la palabra a un único protagonista: las diezmadas poblaciones civiles sometidas a la voracidad despiadada de los nuevos dueños del mundo, el conglomerado industrial, comercial y gubernamental para quien los desastres, las guerras y la inseguridad del ciudadano son el siniestro combustible de la economía del shock.

«Me acosté en el suelo, sin
abrir los ojos. Había aprendido que de esa oscuridad nacían formas. Traté de
verlas y de no pensar en nada más, ni siquiera en el dolor que me llegaba desde
la panza. Nada, salvo un brillo que miré con toda atención hasta que se
transformó en dos ojos negros. Y de a poco, como si la hubiera fabricado la
noche, vi la cara de María, los hombros, el pelo que nacía de la oscuridad más
profunda que había visto en mi vida».
Cuando era chica, Cometierra tragó tierra y supo en una visión que su papá
había matado a golpes a su mamá. Esa fue solo la primera de las visiones. Nacer
con un don implica una responsabilidad hacia los otros y a Cometierra le tocó
uno que hace su vida doblemente difícil, porque vive en un barrio en donde la
violencia, el desamparo y la injusticia brotan en cada rincón y porque allí las
principales víctimas son las mujeres. En la persecución de la verdad, en el
descubrimiento del amor, en el cuidado entre hermanos, Cometierra buscará su
propio camino.
Dolores Reyes ha escrito una primera
novela terrible y luminosa, lírica, dulce y brutal, narrada con una voz que nos
conmueve desde la primera página.

Las Malas, de Camila Sosa Villada
Por I Acevedo
17 de noviembre de 2019
La lectura de Las malas me agarró justo el Día de la Madre. Ese día, cada año, las personas más impensadas, incluso las que más se desvían de la norma, pueden sorprenderte en las redes con algún homenaje: a una maternidad lesbiana o disidente, o a alguna xaternidad. Hacía unos meses nos habían convocado junto a Facundo Soto al stand Orgullo y Prejuicio de la Feria del Libro a hablar de “xaternidades disidentes”. En ese momento advertí que de ninguna manera nos convertiríamos en el show de ningún público cis que estuviera esperando que desnudáramos nuestra intimidad para contar cómo les dijimos a nuestros hijes que somos putos/trans/lesbianas, etc, o “a qué colegio les mandamos para educarlos en la diversidad”. En esa charla comenté que la maternidad femenina para mí implicaba dos cuestiones: para cuerpos con vagina, la necesidad urgente de que el aborto sea legal. Y para las maternidades travestis y trans la necesidad de que la población travesti y trans deje de ser aniquilada por acción u omisión. Y en ambas cosas el Estado era responsable. Este año, el Día de la Madre, volví a recibir la misma pregunta: que qué pienso del tema, siendo un padre trans. Mi respuesta fue: no pienso pronunciar la palabra madre hasta que el aborto no sea legal y dejen de morir personas por aborto clandestino y hasta que dejen de matar a travas y mujeres trans (que forman parte de comunidades en las que se materna comunitariamente). Después de eso, podemos empezar a preguntarnos si “madre” y “padre” son palabras correctas. Falta mucho.
La gente suele pensar que el futuro se puede cambiar a través de la imaginación. Pero la imaginación es abstracta. Para mí lo que cuenta es la experiencia en firme de que una vida feliz es posible. Y para eso la literatura es útil, porque nos acerca escenas en que una vida feliz y diferente a la “normal” puede ser posible. Las malas es un ejemplo de esto. En la tapa de este libro se ve la imagen de dos travestis andando a caballo en una calle de tosca, en un barrio de casas bajas. Tienen blusa, pollera, chatitas. Parece que fueran a una fiesta. La de atrás se asoma. La de adelante se ríe, divertida. Por el movimiento del cuerpo parece que estuvieran andando a caballo por primera vez. Adónde van, no lo sabemos. Simplemente, andan juntas. Así, durante la novela, se cuidarán mutuamente mientras puedan.
Una de las escenas más bellas, que bien podría ocurrir en un barrio como el de la foto, sucede en Navidad, en un barrio como el de la foto de tapa. Las travestis van a la casa de una amiga. Se sienten felices. La mesa es grande. La madre de su amiga les regala pañuelos bordados con sus nombres. Es, en ese momento, madre de todas. Una de ellas muestra su flamante vagina reconstituida. Todas celebran y terminan la noche pidiendo deseos. Al final, Camila, la protagonista, que es trabajadora sexual, se va con un cliente. Luego, mientras desayunan, ella le confiesa que esa noche se ha separado de Dios para siempre. Él responde: “Hiciste bien”. Esa noche, mientras los malos celebran “el nacimiento del hijo de Dios”, (fecha modelo de la maternidad si las hay), Camila se separa de Dios, porque encuentra en el mundo una cobertura que no viene de arriba sino que viene de sus compañeras: las que están en las buenas y en las malas.
En un ambiente urbano hostil, Camila narra la vida de una comunidad de travestis en Córdoba. A medida que avanza la historia, la muerte las va rodeando. El miedo y el dolor se alternan con la ternura y la risa, y también el deseo de ser madres. Una de ellas, la Tía Encarna, adopta un bebé que encuentran en una zanja en el Parque, y lo cuidan entre todas. Y después de que el Parque, su lugar de ronda, es clausurado por la policía y las políticas de persecución y muerte, la comunidad se desmembra. Ya no tiene un espacio para estar juntas. Muchas mueren enfermas, las matan, o se suicidan. Ya no pueden cuidarse.
El comienzo de esta novela, uno de los más bellos y perfectos que he leído, nos mete de lleno en esta idea de espacio compartido. “Es profunda la noche. Hiela sobre el Parque. Árboles muy antiguos, que acaban de perder sus hojas, parecen suplicar al cielo algo indescifrable pero vital para la vegetación. Un grupo de travestis hace su ronda”. Desde el principio, estamos adentro de un ambiente en el que la protagonista, Camila, nos hará conocer las andanzas de las travestis de esa comunidad. Como en la foto de tapa, en que dos travestis van a caballo, esta será una historia de caballería: la historia de un desplazamiento por el espacio público y la batalla colectiva por la vida. Una batalla en la que la picardía quijotesca, el amor y la ternura son ingredientes fundamentales en la vida de esta comunidad que se cuida mutuamente.
La novela también nos da una lección acerca del lenguaje. Creemos que llevamos el lenguaje a nuestros hijxs, como si el lenguaje que “les enseñamos” fuera puro. Sin embargo, el lenguaje fluye con vida propia, nos dice Camila: “Todo puede ser tan hermoso, todo puede ser tan fértil , tan imprevisible, cuesta creer que sea obra de un dios. El lenguaje es mío. Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío. Me lo heredó mi madre, lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias, un renacimiento por cada cosa bien hecha en este mundo”.
Hubiera querido decir todo esto el Día de la Madre, mientras leía este libro, pero, como dije, preferí no tocar el tema. Por suerte, la buena literatura no tiene agenda. Es bueno poder decirlo en esta ocasión.
Fuente: diario Pagina 12
LA CONDESA SANGRIENTA de VALENTINE PENROSE
Excelentes!!
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